REPORTAJE: La Miniatura Altomedieval Española (I)

Beatos, Biblias, Códices y otros manuscritos: un conjunto de obras excepcionales muy poco conocido.

Miniatura Altomedieval Española

Pablo García-Diego, 24/02/2021, 09:45h

En 1924, en pleno apogeo del cubismo, la Sociedad de Amigos del Arte organizó en Madrid una exposición de manuscritos iluminados creados en la Alta Edad Media española que, después de varios siglos de olvido total, aparecen de pronto como un antecedente directo de gran parte de las inquietudes de los artistas de principios del siglo XX. Sus miniaturas presentan veladuras que habrían inspirado a Gauguin, contracurvas que habría firmado Matisse y, sobre todo, ofrecen un claro antecedente de los rostros y las figuras que encontramos en el Picasso de su época cubista. Todo ello creado mil años antes. 

 Jacques Fontaine (L’art Mozarabe)

Desde ese momento los manuscritos altomedievales españoles pasaron de ser prácticamente desconocidos a convertirse en un tema de interés prioritario para los principales investigadores españoles y extranjeros, que han encontrado grandes dificultades a la hora de establecer su datación, autoría y la relación entre los distintos autores y manuscritos, debido tanto al tiempo transcurrido como a la escasez de documentación sobre la época, a las diferencias estilísticas entre los distintos iluminadores a pesar de reconocerse en todos ellos un claro espíritu común, a las múltiples influencias que se han detectado en cada uno de ellos y al hecho evidente de que lo que ha llegado hasta nosotros es sólo una parte mínima de la producción de los scriptoria españoles desde el siglo VI de San Isidoro hasta la implantación de la liturgia romana a finales del XI.

Porque, aunque los códices más interesantes que conocemos fueron creados básicamente en el siglo X y parte del XI, de ninguna manera se puede considerar la llamada “miniatura mozárabe” como un hecho aislado de la cultura generada en España a lo largo de la monarquía visigoda, pueblo más culto que otros invasores europeos, que permitió con una gran libertad la fusión de su propia cultura, muy influida por más de doscientos años de relación con el Imperio Romano, con todo el transfondo cultural que ya existía en la Hispania del siglo V y todas las influencias artísticas que llegaron a la península en esa época. Esa cultura no sólo creó los monumentos más importantes y de mayor calidad de construcción de toda la Europa occidental de esa época, como nos explica San Isidoro en sus Etimologías, sino que además promovió la existencia de escritorios de la importancia de los de Sevilla o Toledo y permitió el desarrollo de una amplia producción literaria, en la que destacó la obra de San Isidoro, el personaje más importante de la cultura altomedieval europea.

Desde nuestro punto de vista, esa cultura ecléctica que existía en Hispania antes de la invasión árabe, que fue mantenida tanto en los reinos cristianos como por los mozárabes en Al Andalus y a la que se añadieron nuevas influencias, principalmente islámicas y carolingias, fue la que se impuso en los territorios reconquistados a lo largo de los siglos IX y X y la que generó los más importantes manuscritos del periodo.

Debido a ello entendemos que para presentar una visión general de la miniatura altomedieval española, describiendo sus características y sus códices de mayor interés, se debe comenzar analizando su desarrollo desde mediados del siglo V.

La cultura en la España Altomedieval

La desintegración de la administración pública romana al producirse la caída del Imperio hizo trasladar a los altos estamentos de la Iglesia gran parte de las tareas de dirección de una sociedad que era en su mayoría católica. Entre ellas, la educación y la cultura adquirieron una importancia fundamental, como se refleja claramente en las referencias a la actividad literaria de la mayor parte de los personajes más importantes de esa época que aparecen en las crónicas y en los libros de vidas de santos y de otros “varones ilustres”.

Sabemos que la iglesia española, de acuerdo con las directrices que provenían de Roma, creó en las sedes episcopales y en los monasterios centros de formación de clérigos y monjes, formación que incluía su alfabetización y basaba gran parte de su labor posterior en la transmisión a sus fieles de los contenidos de un conjunto de libros “espirituales” y en la utilización en los actos de culto de libros “litúrgicos”. Esto implicaba la necesidad de disponer de una importante cantidad de esos libros, lo que se consiguió creando bibliotecas y scriptoria en las principales ciudades y en los grandes monasterios, algunos de ellos fundados por monjes norteafricanos que huyendo en unos casos de los vándalos y en otros de persecuciones motivadas por discrepancias teológicas con las autoridades bizantinas, se instalaron en el levante y el sudoeste de la península trayendo sus bibliotecas.

Tampoco podemos olvidar el apoyo que las letras recibieron de algunos de los reyes visigodos, en general en muy buena relación con los representantes eclesiásticos más ilustrados y que además demostraron un gran interés en dejar constancia escrita de acuerdos, concilios y leyes.

La conquista árabe significó un duro golpe para la cultura, que había alcanzado en nuestra península el nivel más alto de toda la Europa occidental. Pero a pesar de ello sobrevivió, tanto en los centros mozárabes de Al Andalus como en los recónditos reinos cristianos, que en ambos casos mantuvieron una vitalidad sorprendente, como demuestran tanto las obras de Beato de Liébana en la segunda mitad del siglo VIII, y las diferentes crónicas que se escribieron en el Reino de Asturias, como la actividad literaria de Álvaro y San Eulogio, entre otros, en la Córdoba de mediados del siglo IX.

A finales del siglo IX la conquista y repoblación de las tierras existentes entre la línea del Duero y la cordillera cantábrica, generaron la afluencia a los nuevos territorios no sólo de gentes venidas del norte cristiano, sino también de una importante cantidad de mozárabes a los que la “Revuelta de los mártires cristianos” había hecho la vida muy difícil en Al Andalus, por lo que se trasladaban comunidades completas de monjes con sus bibliotecas, así como familias de seglares que acompañaban a los monjes en la repoblación.

La fusión que se produjo en León, Castilla y la Rioja entre estos dos grupos de población, descendientes ambos de la Hispania visigoda pero aportando diferentes influencias artísticas y culturales, generó un amplio conjunto de manifestaciones artísticas que se han agrupado bajo la controvertida denominación de Arte Mozárabe. En esta fase se incluyen no sólo la mayoría de los edificios construidos en los reinos cristianos entre mediados del siglo IX y finales del XI, sino también el conjunto de manuscritos miniados en los monasterios de la zona en ese periodo, uno de los más interesantes del arte español de todos los tiempos.

Beato de Liébana

Uno de los personajes más importantes durante la monarquía asturiana, y sin duda el de mayor transcendencia desde los puntos de vista religioso y cultural, fue este monje del Monasterio de Santo Toribio de Liébana -entonces San Martín de Turieno – que, además de escribir una extensa obra literaria, participó, junto con Eterio, obispo de Osma y discípulo suyo, en una importante controversia teológica con Elipando, obispo metropolitano y primado de Toledo, en la que llegaron a intervenir a su favor el Papa Adriano I e incluso Carlomagno. También participó activamente en política como consejero del rey Silo, además de ser maestro de la reina Adosinda, y uno de sus escritos fue la base de la leyenda de Santiago Apóstol como patrón de España, sólo algunos años antes del oportuno «descubrimiento» de su tumba en Iria Flavia.

Nacido antes del año 750, nada se sabe de los orígenes de Beato, aunque por su nivel de conocimientos y por la bibliografía que manejó, que no parece probable existiera previamente en un lugar tan apartado de los Picos de Europa, se ha dado en suponer que pudo emigrar hacia Asturias en tiempos de Alfonso I, quizá como parte de una comunidad monástica de origen visigodo que habría sobrevivido hasta entonces en la meseta castellana, que también habría transportado su biblioteca, fundando el monasterio que hoy llamamos Santo Toribio de Liébana.

Dentro de su labor literaria, fue fundamental el conjunto de doce libros que forman su «Comentario al Apocalipsis de San Juan», que ya tenía muy avanzado en el año 776 aunque no lo daría por terminado hasta el 786 como consta en la dedicatoria a su discípulo Eterio. Esta gran obra pasó a ser en los siglos siguientes el origen de un amplio conjunto de magníficos manuscritos miniados «los Beatos» que lo han convertido en libro más conocido del medievo europeo, aunque su original no ha llegado hasta nosotros.

No conocemos la fecha de su muerte, que debió ocurrir en los primeros años del siglo XI, antes del descubrimiento de la tumba del Apóstol Santiago, al que Beato fue quién menciona por primera vez como «Cabeza refulgente y dorada de España» lo que será el origen de la leyenda del viaje de Santiago el Mayor a España que acabaría convirtiéndole en nuestro patrón. Parece que después de la vuelta de Alfonso II al trono en el año 791 se redujo considerablemente su influencia en la corte asturiana, ya que, aunque se sabe que en el año 799 recibió una carta de Alcuino de York, no se tienen otras noticias de sus últimos años.

Pablo García-Diego

Presidente de la Asociación de Amigos del Arte altomedieval.com

Web: www.turismo-prerromanico.com     www.facebook.com/groups/746503919575850/edit  

Imágenes:

1-    Beato Emilianense: Los siete ángeles y las siete plagas. Hacia 920.

  • Biblia Leonesa de San Isidoro: Maiestas Domini- Pantocrator. 960

3-    Códice Albeldense: Iglesia toledana, rey, obispos y clérigos. 976

  • Beato de Gerona: Dios se aparece en la nube. 975.